¿Alguna vez te has detenido a pensar en la maravilla que es nuestro propio cuerpo? ¿Cómo se ve por dentro? ¿Sabías que el hueso más grande es la pelvis y que tenemos alrededor de 300 huesos en total? Son datos fascinantes que nos hacen apreciar la complejidad de esta obra maestra que es el cuerpo humano. Con aproximadamente 639 músculos, cada parte, por pequeña que sea, tiene su función vital.
Por ejemplo, ¿sabías que tu corazón puede latir más de 3 mil millones de veces en toda tu vida? Y, curiosamente, producimos alrededor de 1.5 litros de saliva diariamente. ¿No es increíble? El cuerpo humano es una sinfonía de procesos asombrosos, con más de 100 mil kilómetros de vasos sanguíneos transportando vida a cada rincón.
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre la importancia de cada componente. Ningún órgano se considera más o menos esencial; todos contribuyen al funcionamiento armonioso del cuerpo. Esta analogía nos lleva a un pasaje bíblico que nos habla de la iglesia como el cuerpo de Cristo, donde cada uno tiene su papel y todos son necesarios para completar la obra.
Efesios 1:23 (NTV) dice: "Y la iglesia es el cuerpo de Cristo; él la completa y la llena, y también es quien da plenitud a todas las cosas en todas partes con su presencia".
La idea de cuerpo va más allá de una organización religiosa; es una familia creada por Jesús, siendo él la cabeza. Sin embargo, a menudo malinterpretamos este concepto y nos sentimos desconectados, sin valor. La clave está en comprender que somos parte de una familia divina.
La cultura ha distorsionado el concepto de familia, y esto afecta nuestra percepción de la iglesia. La iglesia no debería ser simplemente una reunión, sino una familia amorosa que se ayuda mutuamente. La falta de identidad en la familia natural se refleja en la iglesia, donde algunos toman roles equivocados debido a esa carencia de identidad.
Si no nos sentimos valiosos en nuestra familia natural, ¿cómo podremos experimentarlo en la iglesia? La falta de identidad nos lleva a tomar roles erróneos, creyendo que somos los mandatarios cuando en realidad debemos ser miembros que funcionan en unidad.
Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo tienen claridad de identidad, y buscan que nosotros, su familia, también la tengamos. La Trinidad anhela que comprendamos que todos somos importantes y necesarios, como cada órgano en el cuerpo humano. Somos su cuerpo, y él es la cabeza.
En resumen, nuestra identidad como miembros de la iglesia es crucial. Cada uno de nosotros pertenece a este cuerpo, y al comprenderlo, aprendemos a valorar, cuidar y amar a nuestra iglesia como una verdadera familia.
Este blog fue inspirado en la prédica del 16/12/2023 por Víctor Preza. ¡Espero que encuentres inspiración y reflexión en estas palabras!
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