En la reflexión sobre la parábola del hijo pródigo, observamos cómo él reconoció haber pecado en dos dimensiones.
"Su hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de que me llamen tu hijo.'" (Lucas 15:21 NTV)
Estas fueron las palabras del hijo al recapacitar y decidir regresar a su padre. Comprendió que su pecado abarcaba tanto lo terrenal como lo celestial: una ofensa hacia su padre en la tierra y hacia Dios en el cielo.
Es crucial recordar que nuestras acciones, ya sea hacer algo o dejar de hacerlo, siempre repercuten en lo eterno.
Él, al experimentar arrepentimiento, confesó su pecado y buscó perdón tanto de su padre, a quien había deshonrado, como de Dios, por apartarse de Su propósito.
La prueba de fe para este hijo, que dilapidó toda su herencia (su propósito), radicaba en reconocer su pecado y superar los pensamientos negativos que le sugerían que no valía la pena volver, que su padre no lo recibiría ni siquiera como jornalero. Para superar esta prueba, tuvo que cambiar su rumbo, levantarse y buscar el perdón anhelado, el perdón que lo acercaría nuevamente a sus hogares (notar que lo escribo en plural). Regresó tanto a la casa de su padre como al reino de su Padre Celestial.
Cuando pecamos, no solo transgredimos relaciones terrenales, sino que también pecamos contra Dios. La búsqueda de perdón debe dirigirse en ambas direcciones: hacia aquellos a quienes hemos ofendido en la tierra y hacia Dios.
Lo que hacemos en la tierra impacta en el cielo, nos distancia de nuestro propósito divino. Al reconocer nuestro pecado y pedir perdón, Dios nos promueve y restaura lo que el enemigo nos robó al pecar.
Escrito por Víctor Preza, basándose en la prédica del 04/11/2023.
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